Palomar del Molino de los Curas en Mansilla de las Mulas |
Fotos y documentación Irma Basarte.
Texto: Irma Basarte, Toño Morala.
Lo primero que se tenía en cuenta a la hora de levantar un palomar era su
situación, fuera o dentro del poblado, pero siempre orientado al mediodía para
que el sol diera de lleno, algo al parecer imprescindible para las
palomas. Con los huecos de paso para la entrada y salida de palomas;
siempre protegidas de los vientos del norte y cuyo tamaño impida el acceso al
interior de las aves rapaces, sobre todo del milano. Una vez más, el azar, un
aliado pocas veces ausente de las mejores creaciones populares, o tal vez esa
grandeza inherente a las obras realizadas con sabiduría y humildad, hacen
posible que allí donde, aparentemente, sólo se pretendió una solución a un
problema material, pueden encontrarse valores estéticos de gran sencillez ,pero
con una belleza a contemplar. De vez en cuando uno se asoma a la arquitectura
de las tracerías, respiraderos de gran belleza y singularidad; esta decoración
se concentra en los tapiales o remates de la cumbre, aleros y muros
guardavientos, con gran variedad de figuras y filigranas. De la palomina ya
hablaba el hidalgo del Lazarillo de Tormes: «tengo un palomar, que a no estar
derribado como está, daría cada año más de doscientos palominos. Y otras cosas
que me callo...».
Texto: Irma Basarte, Toño Morala.
En el suave arrullar de la noche, entre
el ulular del búho, las palomas duermen tranquilas en la gran casa del
palomar.
Una construcción de origen popular y alejado de los berrinches del
viento sobre
los árboles en otoño y cerca del agua
para el baño matutino. Una destreza de la arquitectura de la
supervivencia
encima de una tierra de barro y guijarros sobre la que el ser humano ha
tenido
que doblegarse y pacientemente mimetizarse en el sano oficio de la vida.
En el
sur de León, entre otros patrimonios, se construyeron palomares de
diversas formas y tamaños, pero todos al servicio del hambre
en tiempos no muy lejanos, y que las
familias más pudientes construían para ayudar al sustento. Cabe también
comentar lo terrible de las enfermedades en la posguerra y de entre
ellas la
tuberculosis, que hizo estragos en las poblaciones más humildes; los
palomares
y la cría de pichones palió en buena manera el hambre y parte de las
enfermedades de la miseria. Entre
secanos y barbechos, oteros de fraguados ocres, alejados unos de los
otros, los palomares vigilan a los horizontes. De barro, adobe o tapial
en los
muros, teja y madera son los materiales básicos empleados en los
palomares que
dibujan formas distintas según la planta sea circular, cuadrada,
rectangular o
poligonal. En las paredes interiores anidan las palomas y el acceso sólo
es
posible a través de pequeñas aberturas situadas en el tejado; troneras
de
diversos tipos engalanan las entradas a los palomares. Una puerta apenas
permite la entrada de personas, para dejar alimento, agua, recolectar
los
pichones y retirar la palomina que se destina al abono de los campos.
Palomar de Valderas |
Palomar en Santas Martas |
Cuando paséis cerca de un palomar
observarlo con atención, ya que tal vez estéis contemplando los últimos
palomares que quedan en pie en nuestra provincia. Salvarlos a todos puede
resultar una utopía complicada, pero las utopías se consiguen hacer realidad
siempre y cuando se luchen por ellas, pero nunca desde el sofá,
desgraciadamente este siglo XXI los hará volver a la tierra si no se toman
medidas urgentes.
** Nueva colaboración de Toño Morala e Irma Basarte en el Blog del Museo Etnográfico de León: y seguimos con los PALOMARES.