Texto de Raúl de Tapia para el programa El bosque habitado de Radio3, dedicado a la utopía de los palomares de León, aquí puedes escuchar el podcast. Por cierto el programa #UtopiaPalomaresR3 fue Trending Topic nacional.
- Papá: ¿Por qué no hay libros en esta biblioteca?
Mi hija, con cinco años, hace esta pregunta al entrar por primera vez en un palomar abandonado.
Era una hermosa construcción de planta circular, como un molino sin aspas ni velas. En mitad de la estepa cerealista resultaba totémico, presencial, pero ella lo llevó a su imaginario, o mejor, a su realidad. Aquellos nidales sin ocupar, eran anaqueles vacíos, estanterías huérfanas de las historias que le narraban los cuentos.
- No hay libros Luna, porque es un palomar. Aquí hacían sus nidos las palomas y sacaban sus pollos adelante.
Claro, la respuesta la dejó entre fascinada y desconsolada. Le conté la verdad a medias, no me apetecía desvelarle el fin último de estas crianzas. Pero ella no descartaba la convivencia entre libros y aves.
- ¿Y qué comían las palomas?
La nueva pregunta nos metió de lleno en el paisaje de trigos y cebadas. Así le pude contar que las granas que rondaban por el suelo eran las semillas de los cereales. Que a los pichones, como a ella, les gustaba ese desayuno. Cogió algunas espigas, curioseó por sus hojas y reparó en la blanquecina lígula, diminuta y traslúcida escondida en los haces. Todo lo pequeño era su fascinación.
Luego, Luna, me contó su versión de los hechos, que os trasmito con mis palabras:
Al parecer, las palomas se criaban en nidos hechos de libros, donde los relatos se mezclaban con ramillas y muchas hierbas. Los pichones se alimentaban de palabras y sementeras, e iban construyendo sus propias fábulas. Como estos pollos iban creciendo con buenas historias se convirtieron en buena gente, que necesitaba contar sus propios cuentos en otros pueblos y palomares. Al crecer, todas marcharon, llevándose sus nidos – libros, pues tenían alas fuertes de los muchos verbos y adjetivos que las nutrieron.
Al llegar a un nuevo destino, dejaban sus libros para que otras palomas criaran a sus pollos con trigos y palabras. Allí contaban las nuevas historias que inventaron cuando eran volanderos, sonando como arrullos y gorjeos al oído de los paisanos.
Parece ser, que de esta forma se convirtieron en palomas cuentacuentos, engañando a sus supuestos dueños, que pensaban que ellas viajaban de uno a otro palomar como palomas mensajeras.
- Cosas de los mayores que no veis lo que pasa… -me dijo.
Por eso siempre hay palomas volando de un sitio a otro, en los pueblos y en las ciudades, porque nos quieren contar sus historias que sólo escuchan los jubilados en los parques.
Desconcertado, no pude por menos que preguntarle, que porqué allí no había libros ni palomas.
- No te preocupes, sé que están viniendo, siempre van donde hay niñas curiosas y mayores que escuchan.
“¿Dónde están los libros?”.
Del Herbario Sonoro de Raúl de Tapia que es Raúl Alcanduerca para el Bosque Habitado
Gracias Raúl de Tapia, gracias María José Parejo, gracias Bosque Habitado de Radio3 y gracias a todos los conmovidos y conmovidas que creéis en la utopía de los palomares de León.
Irma Basarte10.-
Era una hermosa construcción de planta circular, como un molino sin aspas ni velas. En mitad de la estepa cerealista resultaba totémico, presencial, pero ella lo llevó a su imaginario, o mejor, a su realidad. Aquellos nidales sin ocupar, eran anaqueles vacíos, estanterías huérfanas de las historias que le narraban los cuentos.
- No hay libros Luna, porque es un palomar. Aquí hacían sus nidos las palomas y sacaban sus pollos adelante.
Claro, la respuesta la dejó entre fascinada y desconsolada. Le conté la verdad a medias, no me apetecía desvelarle el fin último de estas crianzas. Pero ella no descartaba la convivencia entre libros y aves.
- ¿Y qué comían las palomas?
La nueva pregunta nos metió de lleno en el paisaje de trigos y cebadas. Así le pude contar que las granas que rondaban por el suelo eran las semillas de los cereales. Que a los pichones, como a ella, les gustaba ese desayuno. Cogió algunas espigas, curioseó por sus hojas y reparó en la blanquecina lígula, diminuta y traslúcida escondida en los haces. Todo lo pequeño era su fascinación.
Luego, Luna, me contó su versión de los hechos, que os trasmito con mis palabras:
Al parecer, las palomas se criaban en nidos hechos de libros, donde los relatos se mezclaban con ramillas y muchas hierbas. Los pichones se alimentaban de palabras y sementeras, e iban construyendo sus propias fábulas. Como estos pollos iban creciendo con buenas historias se convirtieron en buena gente, que necesitaba contar sus propios cuentos en otros pueblos y palomares. Al crecer, todas marcharon, llevándose sus nidos – libros, pues tenían alas fuertes de los muchos verbos y adjetivos que las nutrieron.
Al llegar a un nuevo destino, dejaban sus libros para que otras palomas criaran a sus pollos con trigos y palabras. Allí contaban las nuevas historias que inventaron cuando eran volanderos, sonando como arrullos y gorjeos al oído de los paisanos.
Parece ser, que de esta forma se convirtieron en palomas cuentacuentos, engañando a sus supuestos dueños, que pensaban que ellas viajaban de uno a otro palomar como palomas mensajeras.
- Cosas de los mayores que no veis lo que pasa… -me dijo.
Por eso siempre hay palomas volando de un sitio a otro, en los pueblos y en las ciudades, porque nos quieren contar sus historias que sólo escuchan los jubilados en los parques.
Desconcertado, no pude por menos que preguntarle, que porqué allí no había libros ni palomas.
- No te preocupes, sé que están viniendo, siempre van donde hay niñas curiosas y mayores que escuchan.
“¿Dónde están los libros?”.
Del Herbario Sonoro de Raúl de Tapia que es Raúl Alcanduerca para el Bosque Habitado
Gracias Raúl de Tapia, gracias María José Parejo, gracias Bosque Habitado de Radio3 y gracias a todos los conmovidos y conmovidas que creéis en la utopía de los palomares de León.
Irma Basarte10.-