Palomares
En ‘A fuego lento’, la película de Tran Anh Hung sobre los orígenes de la coquinaria moderna, hay una escena en la que los hombres van a comer escribanos hortelanos. Una tradición francesa que consiste en degustar entero este pajarillo, el comensal con la cabeza cubierta por una servilleta para degustarlo bien caliente, apreciar mejor los aromas y evitar al resto de convidados el desagradable espectáculo de cabezas y huesecillos masticados.
Hay costumbres alimenticias que sobrevivieron durante milenios, otras mutaron y algunas desaparecieron. Como actividad humana fundamental, la alimentación transforma el entorno, en forma de embalses, salinas, bosques talados para pastos o silos para el grano. También palomares, construcciones en las que sobresale León, por su abundancia y diversidad, a pesar del abandono general. El maravilloso trabajo de Irma Basarte por catalogarlos no evita que muchos se vengan abajo sin que nadie lo impida.
Tienen los palomares una energía extraña. Te los encuentras, solitarios, en medio de los campos, como ermitas profanas, cerrados sobre sí mismos. Su silueta recortada contra el cielo, el adobe ocre, las tejas formando pequeños aleros... Todo muy bucólico hasta que empiezan las preguntas de para qué servían exactamente.
Publicado en La Nueva Crónica