Irma Basarte presenta en Villalpando los dos volúmenes de su obra con José Benito, que documenta la existencia de estas construcciones en Castilla y León y el resto del país
Viernes de Dolores por la tarde. Día curioso en Villalpando. Fuera, llueve. Llueve bastante, de hecho, pero los ciclistas de la prueba de gravel se embarran y se empapan sin conocimiento. Casi en paralelo, los y las cofrades de La Dolorosa se desplazan al templo de San Nicolás, con túnica o mantilla, para asistir a la ceremonia religiosa prevista. Muchos ya intuyen lo que pasará luego: el agua impedirá la procesión. Entre lo deportivo y lo religioso, que se cruzan a eso de las ocho de la tarde, se mueven las gentes del pueblo en este día de perros, aunque también hay quien elige la biblioteca. Allí se habla de algo muy propio de la tierra.
Y es que, en ese reducto a cubierto, se encuentran una ponente, varios espectadores y muchos libros, aunque dos brillan en particular. Se trata de los volúmenes que la protagonista del acto, Irma Basarte, ha creado al alimón con José Benito. Los dos van sobre palomares singulares, aunque el segundo, la novedad, se centra en los de Castilla y León. Si uno viaja por Villalpando y su contorna entenderá por qué es pertinente traer estas obras a la Tierra de Campos.

Efectivamente, los palomares abundan en la zona. Los que aguantan en pie y los que se han ido viniendo abajo. Basarte y Benito los han ido recorriendo, fotografiando y documentando. Primero, para el primer volumen de su obra, se movieron por toda España. Después, se centraron en Castilla y León. Para probarlo, la creadora del libro saca el móvil y muestra un mapa plagado de banderitas. Hasta todos esos hitos ha llegado su inquietud por estas construcciones.
Basarte busca en Zamora y repasa: «Otero de Sariegos, Villarrín, San Agustín del Pozo, Villalpando…». Pero también Villaseco del Pan, con «uno de piedra que es muy interesante». Todo cabe aquí. Las publicaciones son un catálogo de palomares tradicionales, pero también dan forma a una reivindicación: «El estado de algunos es bastante malo. Se restauran muy poquitos en relación con los que se están cayendo», admite la leonesa.
Claro, muchos son de barro, «y el barro hay que mimarlo». «Ahora, en los pueblos nos quedamos sin gente y eso supone un problema bastante serio para los palomares», remarca Basarte, que empezó a percatarse de esta realidad en su provincia natal y que creó la asociación Amigos de los Palomares para encauzar una pelea identitaria en defensa de las construcciones: «En 2010, empezamos con el inventario en León, pero nos vinimos arriba y, con José Benito, que es fotógrafo tradicional, nos pusimos con el libro», destaca la autora.
En ese recorrido, los dos vieron de todo, se «curraron» las fotos y los textos, y documentaron las distintas tipologías que se encontraron por España. También hallaron distintos usos: del más tradicional para la cría del animal hasta «un paisano que había comprado uno para montar dentro una biblioteca». En Francia, incluso, hay construcciones que se han remodelado para convertirlas en casa rural. Siempre hay cierta dosis de imaginación.
El ejemplo de Lera
También es cierto que, con la cantidad de construcciones de este estilo que existen, podría hacerse casi de todo. En León, Basarte y Benito contaron 1.400 palomares. «Yo creo que Zamora tendrá más o menos», estima la autora, que reivindica la tarea tradicional profesionalizada para proyectos como el del Restaurante Lera con los pichones como producto gastronómico estrella.
Más dudas tiene Basarte con el tema del turismo. «Suelen ser propiedades privadas, y no sé si la gente vendría directamente a verlos», apunta la autora, que asegura que muchas de las construcciones son de finales del siglo XIX o de principios del XX. Es cuestión de cada cual protegerlas. Está visto, según la autora, que esperar a las instituciones va a servir de poco.
Publicado en Enfoque Zamora